La época del mundo de la imagen
Escrito hace unos 30 años
— La época de la imagen del mundo: Análisis de esta época de la mano del ensayo de Heidegger. El mundo concebido como y constituido en ‘imagen’.
— La época del mundo de la imagen: La imagen concebida como y constituida en ‘mundo’. Con el hiperdesarrollo de los medios de comunicación audiovisual (muy especial y señaladamente, el nacimiento y desarrollo hipertrófico y ultraacelerado de la televisión) la época de la imagen del mundo deviene época del mundo de la imagen. No es ésta una época esencialmente distinta a la anterior, sino un nuevo estadio de la misma época, pues ambas responden a una dinámica de desarrollo promovida por idéntica esencia. No hay, pues, una transformación esencial en la transición de una época a otra, no hay cambio esencial de épocas, sino que la época del mundo de la imagen es consecuencia directa y natural de la dinámica interna de desarrollo de la esencia de la época de la imagen del mundo. Ahora bien: aunque no haya una transformación esencial, sí se produce una transformación substancial en el paso de una a otra época. La transición entre ellas no es un continuum, sino que acontece mediante la aparición de un claro punto de inflexión: la invención de la televisión, por obra de la cual comienza el proceso de substancialización material de la imagen. Así pues, si bien ambas épocas son esencialmente una sola en diferentes estadios, substancialmente resultan ser épocas distintas. Del mundo concebido desde la metafísica como imagen se avanza a la imagen constituida en mundo. En un primer estadio, el mundo es concebido como imagen por el hombre, que representa y elabora: formalización de la imagen del mundo; en un segundo estadio, el mundo es constituido como imagen y en imágenes por el hombre: materialización del mundo de la imagen. La tecnología, al servicio de la concepción metafísica del mundo como imagen, produce de una forma sistemática (sistematizada en progresión geométrica) imágenes materiales, solidificadas, que pasan a constituirse en la textura objetiva y objética del mundo: las imágenes sustituyen a los objetos, convirtiéndose ellas mismas en los objetos: la imagen pierde su referencia objética y se concibe y configura como lo substancial del representar elaborador. Por todas partes aparecen síntomas inequívocos de este proceso de substancialización de la imagen. Uno de los síntomas esenciales es el hecho de que, ante cualquier crisis de alguna entidad empresarial humana, la pauta de valoración de la gravedad de dicha crisis la marca ‘el deterioro de la imagen’ de la entidad en cuestión; es un lugar común, en efecto, el afirmar o admitir que «lo peor de todo», «lo irreparable», es «el deterioro de la imagen», lo que acarrea sin duda «la pérdida de la credibilidad». De este modo, la condición sine qua non del éxito de cualquier empresa humana, y su mayor garantía, consiste en el ofrecimiento de ‘una buena imagen’; un ente o una entidad humana puede actualmente funcionar y desenvolver con éxito su empresa sin el debido rigor, la suficiente profesionalidad, o el exigible conocimiento de su medio, pero nunca sin «una buena imagen». El índice de degradación de una sociedad, un grupo o medio social, lo constituye la correspondiente degradación en la calidad de su imagen; pero, en realidad, ésta ya no constituye sólamente su índice, sino que se ha constituido también, de una forma inconsciente, o ingenuamente consciente, en la degradación social misma. En la época de la imagen del mundo, el subiectum substituye a la substantia como fundamento de medida y valoración del mundo y su conocer, y fundamento del mundo mismo en tanto que configurado y constituido por su medida y valoración (por su representación); en la creciente radicalización de esta época, o época del mundo de la imagen, el subiectum mismo es substituido por su imagen como la actual substantia: la imagen del sujeto, y con ella la imagen del mundo, es ahora la substancia del mundo, su medida y su valoración. Desde esta época se avanza a un tercer estadio, de consecuencias aún imprevisibles: La época de la imagen de la imagen: concebida la imagen como substancia o ‘lo substancial’, cada imagen exige de suyo nueva imagen que, a su vez, la imagine: proceso ad infinitum de pérdida -extravío- de la substancialidad de lo real en la substancialidad esquiva, aparente y huidera de lo imaginario, objetizado en solidificaciones materiales que se reproducen indefinida e incesantemente, en función de la conjunción de la esencia de la imagen con su concepción como ‘lo substancial’ del mundo. Se impone, entonces, un Análisis de la situación actual y por venir del mundo y su concepción a partir del concepto heideggeriano del «gigantismo», explicado primero conceptualmente, luego especificado en sus direcciones conceptuales o manifestaciones posibles, analizado en sus manifestaciones efectivas, y finalmente concretado en una manifestación esencial: la infografía, simbiosis de la informática y los medios audiovosuales, entendida como síntesis de las tendencias esenciales de la post-modernidad, y, por tanto, potencia fundamental y directora de ellas, a la vez que fenómeno‑señal (señalado y señalizador) que debe constituirse en objeto de interrogación y campo privilegiado de la posibilidad de respuesta de la Pregunta Filosófica. Las ‘realidades virtuales’, y las ‘virtualidades reales’: la humanidad ha avanzado de ‘la época de la imagen del mundo’ a ‘la época del mundo de la imagen’, y de ésta camina inexorablemente a ‘la época de la imagen de la imagen‘.[1]
[1] ‘Caminar inexorable’ a la Época de la imagen de la imagen: pues se han roto los posibles mecanismos de autocontrol reflexivo de la evolución humana, debido a la disolución de la substancialidad humana de la mano de las filosofías de la sospecha, la superación de la subjetividad individual por la ontología fenomenológica y la fenomenología hermenéutica -Heidegger, Gadamer: movimiento de ida del yo a su fundamento mediante la transubjetividad, aún carente de movimiento de vuelta reencauzador-, y el consiguiente desbordamiento del ‘yo’ personal, que sin embargo permanece a pesar de todos los pesares: crisis de identidad y resquebrajamiento de la conciencia, yo ‘desubjetivado’ carente de norte y pautas de acción reflexiva.